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15 de septiembre de 2010

UNA HÚNGARA INDECENTE.




Sus labios pronunciaron de pronto, con esa sabiduría popular, tan maravillosa que ella tenía, que una mujer que por allí pasaba en ese momento, parecía una húngara indecente. Casi siempre el aspecto de los pies de aquella húngara, como ella la llamaba, era de suciedad y fumaba a todas horas. No sabría decirles como ella lo sabía, pero nos dijo que posaba sus cigarros en las tapas de las cacerolas mientras cocinaba, y nos echamos a reír las cuatro como locas, por aquella ocurrencia, tan genial, aunque su risa destacaba de entre todas las demás, reía con ganas, con el alma, como si se le fuese la vida en ello. Aquella mujer tenía el pelo blanco y corto, le gustaba pasear de tarde, pero su poca fortuna a la hora de hacer amigos, la había convertido en una mujer solitaria, muy a su pesar.
Las manos de aquella mujer tan ocurrente, cosieron trajes para mil hombres distintos, en una sastrería Asturiana y a menudo añoraba aquella ciudad de olor y sabor a mar, que la vio crecer y que por amor, dejó atrás para pasar días aburridos a la sombra de algún castaño centenario. Alguna tarde de verano, esa mujer de pelo cano, se deja caer por el parque y nos hace compañía, y yo la escucho con mucha atención, porque tengo la certeza de que puedo aprender mucho de ella y su risa es mejor que cualquier sesión de terapia . Sus carcajadas son un soplo de vida
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