El coche navega sobre el asfalto húmedo y hace kilómetros
sin piedad y mientras, la lluvia se solidariza conmigo y llora también sobre el
parabrisas. Atrás dejo una parte de mí y me desmorono, en una tarde
triste y plomiza.
Ni la visita por el casco antiguo, ha conseguido
mitigar la angustia que me anida en el pecho, solo ha sido un bálsamo simplón para evadirme
momentáneamente de la tristeza, un opio ineficaz. Tampoco me han consolado
las dos copas de vino blanco semidulce, ni los cigarrillos que me he fumado
mientras veía a la gente pasear por la plaza mayor. Es abrumadora la realidad
del mundo, cuando lo observas de verdad. Da miedo y algo de congoja
también. Veo a vagabundos durmiendo en los bancos de la plaza, un cura muy
ortodoxo con un rosario en la mano absorto en su oración, perros de todo tipo y
tamaños, cayetanos, reclutas inocentes, reclutas ignorantes, gente bien y
gente mal, camareros que te invitan a comer el menú del día, y un sinfín de
existencias, que no puedo ni escudriñar, simplemente para preservarme. Siempre he
visto más allá de la piel, y cada vez es más difícil. Se me atascan las
visiones en la garganta y me impiden respirar, es una asfixia agónica.
Somos hordas resignadas, intentando recoger las migajas de la
existencia perfecta, esa que nunca llega porque cuando crees que vas a tocarla
con la punta de los dedos, te ha adelantado sin que te dieras
cuenta. La realidad se precipita. En picado.
Casi todo lo que escribes es triste, me han dicho siempre. Es
cierto. Soy incapaz de voltear la cara, no puedo maquillar la vida. La
existencia, es una trampa llena de cepos y zancadillas, la dicha jamás es
completa, las cuestas demasiado pronunciadas y la buena voluntad
finalmente acaba por quebrarse.
Esta noche (especialmente) escribo triste, porque estoy triste.
Echo de menos a mi rebrote, una melena
larga y oscura, su mal humor cotidiano, encontrármelo leyendo junto a la estufa
con un tazón de avena con mate cocido en la mano, extraño el rumor de sus dedos
sobre las cuatro cuerdas, que el muy cabrón, acabó dominando con maestría. La
casa está silenciosa, la perra lo busca y no lo encuentra, y yo, deambulo
por la estancia siguiendo los vestigios de su perfume sobre la almohada. Cómo
me vais a echar de menos me dijiste con esa arrogancia tan tuya, y yo,
queriendo ocultar mis debilidades te dije, que no tanto. Jamás he mentido
más que aquel día.
Atrás dejo una parte de mí, y ahora no soy más que una hoja
marrón en este otoño ocre y sombrío...
PD: Miss you (la hostia)