El día en que el mundo se cuestionaba si Dylan era merecedor del nobel de literatura, las palabras se reían de todos nosotros. Se burlaban de nuestra pequeñez y de nuestra osadía. El teléfono sonó tres veces sin que nadie respondiera al otro lado. La llamada se hacía desde Suecia, pero Bob no se sintió intimidado y se permitió no contestar. Los genios no atienden a las necesidades de los mortales. Ellos son atemporales y sus caprichos se permiten como se le permite una travesura a un niño pequeño.
Escribir por el simple placer de hacerlo, para descomprimir el corazón, para sobrevivir. Eso ha debido pensar Bob, y yo, yo le entiendo tan bien...
El viento me dijo, que Bob Dylan odia los teléfonos.