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Musica.

30 de abril de 2015

PUNTO DE FUGA.

Me despierto. Es medio día. Los huesos me crujen y en ellos cargo el peso de mi mundo desordenado. Pienso y odio hacerlo. Tengo conciencia en un mundo que desprecia el compromiso. Quiero tener paciencia, necesito tener fe, en medio de una atmósfera asfixiante. Vuelvo a creer y de manera coyuntural vuelve la desilusión. La rutina y mi capacidad de aguantarla me asusta y me conmueve a la vez. Quizá, tenga vocación de sumisa aunque cada partícula de mi pequeño cuerpo de mujer grite lo contrario. He cometido errores, pero este ha sido tridimensional! Mis pensamientos son esquirlas asesinas que despido en todas las direcciones. Esta noche voy a  subir a un tren destino Soledad, allí tengo una cabaña pequeñita,  rodeada de cipreses y malvones rojos. En el corredor hay una mecedora de madera noble, que balancea mi cuerpo joven y enfermo. Enfrente hay un lago con una pequeña barca a la que he llamado "Martina". A veces me subo a ella y cuando muere el sol, remo un rato largo y  llego a la luna. Allí soy única y solitaria, desde la superficie irregular de agujeros grises, observo el mundo, me desnudo y salto en muerta gravidez. El tiempo no tiene importancia allí arriba, es mi refugio cuando el tedio tensa demasiado la soga. Luego, cuando me doy cuenta de mi agotamiento, respiro profundo, vuelvo a vestirme y antes de volver a subirme a Martina, me siento unos minutos al borde de la redondez a contemplar esa bola azúl que gira y flota en la nada, suspiro y con resignación vuelvo a remar hasta mi cabaña. Hago noche en ella y me duermo mirando los cipreses mecidos por la brisa noctámbula. Al despertar me despido de Soledad.  Cierro la puerta. Escondo la llave bajo el felpudo y espero con pesadumbre el tren que me devuelva a la realidad...