Las turbinas del avión se pusieron en marcha y empezamos a movernos con elegante lentitud. Nos posicionamos en la pista y pensé de inmediato en la torre de control, allí hay gente que se encarga de que los aviones no se caigan, ni se pierdan sin dejar rastro. Nos elevamos y pronto nos perdimos entre nubes espesas. Miré por la pequeña ventanilla y vi el dorado del tranquilizador atardecer. Respiré, cerré los ojos y agradecí formar parte de este macabro juego, que es EXISTIR.
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