Me aparto a ese rincón silencioso y solitario, donde las libélulas son reinas de plata y reposan sobre lienzos gigantes, pintados con vulgar gusto y exquisito sentimiento. En el fondo del mar duerme nuestro tacto de terciopelo. Nunca fuimos quienes planeamos y de una asfixia dolorosa, resurgimos en la espuma del océano, que siempre nos lleva a esa salvación yerma y esteparia.
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