La oscuridad. El silencio. La emoción que galopa como un corcel desbocado.
Una cerilla que ilumina su pelo engominado, encadenada a otra cerilla que
sirve de preludio al tsunami de sensaciones que está por llegar.
Ha salido con un traje de rayas verticales y tras pronunciar la primera palabra
mi garganta se anuda sin posibilidad de alisamiento.
Clavo mis ojos en sus manos de dedos largos como espaguettis y en su piel
blanca y fina. Reparo en las iniciales que algún día le tatuaron bajo el codo
derecho y hago cábalas sobre posibles significados. Parezco una obsesa
compulsiva al intentar inmortalizar cada paso que da, pero en realidad no
ha entrado nadie al recinto mas devota de su estampa que yo. O tal vez, si?
Comienza el espectáculo y me arrepiento de haber llevado mi puta Kodak, que
tanto adoro, porque se que me he perdido segundos gloriosos, pero al llegar a casa
me perdono, y pienso que por lo menos le tengo en el disco duro.
Suenan canciones preciosas, clásicas. El baila y se desarma para luego tranquilizarse,
maquilla de negro sus ojos y se retuerce por el suelo, se vuelve hombre lobo y se
empequeñece tanto a la vez, que me saca las lágrimas desde las tripas. Habla de su madre,
de la intimidad de su habitación, de sus demonios y no se olvida de su padre y lo hace con
tanta convicción que te araña el corazón de tal manera, que ni una tirita podría taponar la
pequeña hemorragia al salir del teatro, (en este caso, un auditorio)
Camina, salta, coquetea con sus músicos, lame los instrumentos y la complicidad, flota en el aire
como la bruma en una mañana de noviembre. Somos cuatro a cada lado de las segunda fila
y creo que no miento si digo que estamos todos eclipsados, necesitados de ver esa magia que
nuestra hada entregada, nos ha ido contagiando. Cuando baja del escenario y se pasea a escasos centímetros, convulsiono sin manifestarlo pero cuando pasa su botella de tequila y llega a mis
manos, poco importa mi enfermedad crónica y la mierda que tomo para mitigarla, le entro sin
reparo y bebo para olvidar....
Klinex, chistes, silencios eternos, aplausos que van desde la nada al big bang y un flash inoportuno,
que permitió que ese muchachito bilbaíno me chillara en plena función, son recuerdos que hacen de esta vida tan llena de zancadillas, una experiencia mas bonita. Momentos que mitigan el hastío y la mala fortuna.
Le vimos luego, en una barra de bar con nombre repetido, ya sin maquillaje y agotado, con chupa y vaqueros caídos y una bandolera cruzada a la espalda, que contenía el mundo entero. No me atreví a acercarme, mi amiga si lo hizo y fui feliz por ella, porque durante una fracción pequeña de tiempo conoció la ingravidez y eso fué maravilloso!
No olvidaré jamás el viaje en el que cuatro personas, completamente desconocidas, tuvieron el valor
de celebrar los pequeños momentos que nos hacen eternos.
Invisibles a brillar!!