Hace una noche plácida, estoy paseando a la perra y al volver, entro en casa y me doy una ducha fría. Abro el armario y escojo los shorts vaqueros más gastados que tengo, una camiseta negra y unos complementos dorados, que pienso irán bien con mi recién estrenado bronceado, traído de Cádiz. Poco maquillaje, un toque de rímel, gloss en los labios y carretera. Puede que sea la noche más hermosa de lo que va de verano, casi media noche y el reloj del coche, arroja la leyenda de unos maravillosos 27°. Camino por el casco antiguo y el viento mece mi pelo, dejo atrás un local de sushi, la gente camina, toma helados y nos miramos todos como auténticos depredadores. Entramos al local, pedimos dos cervezas, y salgo a beberme a sorbos largos la noche. Enciendo un mentolado y mis ojos agudos, fotografían todos esos instantes para convertirlos en letras que posteriormente serán una nueva entrada en mi blog. Hablo con Txema, saludo a Samu, que me cuentas novedades y empieza la jarana.
Existe una fauna gloriosa y decadente en la noche. A veces creo que en la nocturnidad, está la verdadera esencia de la existencia. Las guitarras rugen, y los micros del escenario, son testigos de todo tipo de situaciones; albergan bocas hermosas, bocas vulgares, y todas ellas necesarias. Desfilan altos, bajos, chicas, barbudos , narcisistas, perdedores, artistas, bohemios, esperanzados y gracias a todos ellos, la noche va tomando forma. Mi cuerpo, casi siempre responde con una especie de chispa interior que me recorre por completo y me hace efervescer. Bailo, y mi cabeza es un péndulo acelerado. Sonrío cuando suena algo que dispara la chispa y vuelvo a salir fuera, para calmar la llama y entonces mis ojos son testigos de una escena poco agradable. Una tía sin ningún escrúpulo, está acorralando a un chico con el alma rota y el cuerpo lleno de tatoos, ( y lo sé porque a las cuatro de la mañana me para para pedirme un cigarro y me cuenta su triste historia) soy una firme feminista, pero esa hembra no le hace ningún favor al género. Todos miramos atónitos la escena, hasta que alguien interviene, y dice que ya está bien. La hiena se va, acabo mi cigarro y entro a bailotear, pero esta vez, con una sensación agridulce.
En la barra alguien está de vuelta y sonríe, me extiende su mano, correspondo y celebro.Un poco más tarde, en la fachada del antiguo casino, el cigarro más efímero de la historia, me cuenta muchísimas cosas, casi sin pronunciar palabra. Unos ojos verdes que no se atreven casi ni a mirarme, se despiden y me quedo allí, etiquetando historias que no le importan absolutamente a nadie, y masticando la nostalgia.
En las arterias del garito, caigo en la cuenta de que los tíos se cuelan en los baños de las tías y es un hecho, que ya se está haciendo costumbre, y creo que es hora de poner algo de orden. Dejo pasar al bajista, que me jura que se mea, y soy indulgente porque se ha pasado tres horas largas de pie regalándonos el sonido sordo del instrumento, pero encaro al resto y con falsa dulzura les digo que justo al lado, está el meadero que les corresponde. Dos de ellos, se ponen en modo macho alfa y me preguntan el nombre, Valeria, respondo y por dentro me descojono porque me llamo Patricia, Pato para mí tribu. Uno me dice encantado, puedo darte dos besos? respondo con un NO rotundo y su colega empieza un soliloquio previsible y soporífero del que participo parcialmente, para concluir diciéndole que la vida es dura, y que tiene que ir acostumbrándose. Ir pidiéndole besos a las tías está tan pasado de moda, como el Varon Dandy, joder! Me da algo de pena el pobre chaval y al salir del túnel, le deseo buena noche y pactamos una especie de tregua amistosa. No soy tan malota en el fondo. Vuelvo a mi rincón favorito, una especie de ángulo de noventa grados desde donde puedo oler hasta el sudor de los músicos, a costa de quedarme sorda, porque los altavoces me rugen a pocos centímetros. La jarana se acaba y la noche va pasando como un tren de cercanías, se perfila la hora de irse a casa, pero la verdad es que ningún puto noctámbulo quiere irse a casa, jamás! El último piti, me juro y un botellín de agua que alguien me invita, pero que acabo pagando con dinero de plástico, para bajar el efecto narcótico, que quisiera prolongar eternamente, pero tengo que conducir de vuelta y hasta los más fiesteros han de tener conciencia. Recorro la estrecha calle de relojes y antiguos conventos, con una sonrisa puesta en la cara (el verano me resucita) me subo al coche y las líneas de la carretera son testigos de la historia que ahora mismo estáis leyendo.
Jamás seremos mas hermosos y mas felices que en este mismo instante, entonces habrá que exprimirlo, sin temores a esa larga lista de peros que nos empeñamos en sacar siempre a la luz.
La vida es todo eso que sucede, mientras te empeñas en hacer otros planes...
Y John, no se equivocaba ni medio pelo.